Nuestra Historia de Esperanza- Familia Perez

En noviembre de 2013, vino a nuestra familia una dura tempestad llamada: cáncer infantil. Nuestra hijita mayor: Paula Daniela, fue diagnosticada a sus 11 años con un tumor cerebral, esto fue para nosotros una noticia devastadora. En un abrir y cerrar de ojos, nuestra vida cambió y de repente estábamos afrontando procedimientos y tratamientos médicos. 

Después de la cirugía de resección de tumor se alteraron en nuestra pequeña todas sus capacidades y funciones neurológicas, perdió el habla, su visión se afectó, no tenía sensibilidad, no podía caminar, alimentarse, ni controlar sus esfínteres. Verla así era profundamente doloroso, confuso y frustrante.

El tratamiento no daba espera, inició sesiones de radioterapia, quimioterapia y rehabilitación neurológica, en otra ciudad, ya que en donde vivíamos no estaban disponibles estos servicios médicos. Por tanto, tuvimos que separarnos como familia, haciendo más difícil para todos el proceso. Paulita y yo tuvimos que ir a Bogotá y mi esposo, tuvo que hacerse cargo de nuestro otro hijito César David en Tunja. Solo podíamos vernos los fines de semana o por video llamadas. 

Desde su diagnóstico, nos aferramos al anhelo de ver un milagro en su vida. No solo nosotros lo creíamos, sino también toda una comunidad de fe, familiares y amigos; todos clamábamos en este mismo sentir con la ilusión que Paulita sanara. En la dura travesía de su enfermedad, experimentamos la ocurrencia de algunos hechos milagrosos, que fueron ese rayito de luz en medio de la densa oscuridad. 

Entre esos episodios extraordinarios podemos contar que Paulita vio ángeles que la cuidaban; que la torcedura en su tallo cerebral fue enderezada a pesar que los médicos decían que era irreversible; que no fue necesario la realización de gastrostomía porque oramos para que ella empezara a deglutir los alimentos; que un día al término de la acostumbrada oración familiar, escuchamos una vocecita suave y temblorosa que también pronunció: “amén”, en ese momento recuperó el habla. Poco a poco, regresó su sensibilidad y motricidad; también volvió a sonreír, abrazar, comer y casi vuelve a caminar. Todo esto fue grandioso y alegró nuestros melancólicos días.

De pronto todo dio un giro inesperado; y empezamos a ver nuevamente un deterioro en su estado de salud; hasta que una madrugada tuvimos que salir apresuradamente y nuevamente Paulita fue internada en la Unidad de Cuidados Intensivos. Días después los médicos nos informaron que la horrenda enfermedad había regresado, invadiendo otras partes de su cuerpo.  Ya no había un tratamiento curativo por intentar. ¡Esa noticia rompió nuestro corazón en mil pedazos!

En medio de ese conflicto emocional y espiritual, empezamos a preguntar a Dios, si se acercaba el momento de despedirnos de nuestra amada hija y él nos dirigió al siguiente pasaje bíblico: “La gente buena se muere... Parece que nadie entiende que Dios los está protegiendo del mal que vendrá. Pues los que andan por el camino de la justicia descansarán en paz cuando mueran.” (Isaías 57:1-2). Sinceramente esa respuesta no nos agradó, pero Dios estaba anticipando, que su tiempo de morir estaba pronto. Ante los ojos del creador, nuestra pequeña, era una buena niña que había andado por un camino de justicia. Precisamente como lo traduce su nombre, Paula Daniela significa: Pequeña Justicia de Dios. Ella iría al cielo, para ser protegida, descansar en paz y ser libre de esa enfermedad.

Así que, insistimos en que dejaran ingresar a la UCI a nuestro hijito, César David, y tras varias negativas, el personal médico aceptó, a pesar de no estar permitido en los protocolos. Sin saberlo, el 20 de noviembre de 2014, sería nuestra última reunión familiar; ese día estuvimos llorando, orando y adorando a Dios en familia. Cerca del mediodía, salimos para almorzar, pero tan pronto nuestro hijito, cruzó la puerta de la habitación, los equipos y monitores a los cuales estaba conectada Paulita empezaron a alertar la disminución de sus signos vitales. 

Cuando ya nos encontrábamos fuera del hospital, los médicos nos llamaron con urgencia, para que regresáramos. Dejamos rápidamente a Cesítar a cargo de unos tíos e inmediatamente volvimos al hospital, cuando entramos nuevamente al cuarto, observamos que la frecuencia cardiaca y respiratoria, iba en rápido descenso. Así que mi esposo y yo nos aferramos fuertemente a nuestra pequeña y la abrazamos hasta su último aliento. 

Aunque su cuerpo se deterioró, producto de la enfermedad, su alma y espíritu permanecieron dentro de su ser, esperando aquel último momento de reunión familiar. Paulita necesitaba sentir a su amado hermano. Solo hasta entonces, ella partió a su hogar en el cielo. Para nosotros fue el día más triste, pero ciertamente, para ella, fue el más glorioso, al conocer cara a cara a Jesús, a su amado, a su hermano (como ella le decía). 

Cada día de nuestra vida ya está determinado y registrado en el libro de Dios. Eclesiastés 3:1-2 dice: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer, y un tiempo para morir”. Fueron 12 años, 1 mes y 8 días, los registrados para que Paula Daniela viviera en esta tierra. 

Tuvimos el privilegio de disfrutar de su presencia, de verla crecer física y espiritualmente. Dios nos regaló una hija talentosa, con habilidades extraordinarias para expresarse y hablar sin temor alguno. Inteligente, creativa, amante del dibujo y la escritura. Hermosa por dentro y por fuera, siempre atenta de su aspecto. Servidora de Jesús, apasionada le cantaba alabanzas y predicó a otros niños de su amor. Su vida irradiaba la presencia de Dios y aún en la adversidad, su tenacidad y valentía fueron de inspiración, dejando huella en el corazón de grandes y pequeños.

Para nosotros, la enfermedad y muerte de Paula Daniela, fue una dura prueba de fe. Durante las semanas, meses y años siguientes a su partida sentimos rabia, enojo, tristeza, desolación, frustración y amargura. En medio de nuestra aflicción cuestionamos a Dios, nuestra fe y convicciones cristianas. Consideramos alejarnos de él, pero él nunca se alejó de nosotros y fuertemente nos sostenía con sus cuerdas de amor en la travesía por el oscuro valle de muerte y de dolor.

Job 14:7-9 dice: “Porque si el árbol fuere cortado, aún queda de él esperanza; retoñará aún, y sus renuevos no faltarán. Si se envejeciere en la tierra su raíz, y su tronco fuere muerto en el polvo, al percibir el agua reverdecerá, y hará copa como planta nueva”.  

Nosotros nos sentimos como ese árbol cortado, nos era difícil pensar que después de la dura pérdida, volviéramos a reverdecer. Nuestra familia tiene cicatrices, cada uno de nosotros tiene marcas que testifican de la dura poda, pero también, somos sobrevivientes de ella porque nuestras raíces nunca murieron. Permanecimos en Jesús y al sentir nuevamente el agua de vida, esos árboles cortados llamados: César, Ruby y César David están volviendo a reverdecer, nuevos vástagos están brotando.

Progresivamente fuimos restaurando la esperanza que habíamos perdido. La frustración por la ausencia de Paulita ha sido sustituida por la ilusión de verla nuevamente y compartir juntos por eternidad. A nuestra historia le falta el mejor capítulo, el cual, ya fue escrito por Dios, aun cuando no lo conocemos en su totalidad, podemos vislumbrarlo por las promesas escritas en la biblia.  Esperanza es fijar la mirada en el futuro, creyendo que los tiempos serán redimidos y que lo porvenir, será mejor.  ¡El futuro con nuestros hijos, es infinitamente más grande que nuestro pasado con ellos!

“Anticipar el cielo no elimina el dolor, pero lo disminuye y lo pone en perspectiva. Meditar en el cielo es un analgésico fantástico. Nos recuerda que el sufrimiento y la muerte son condiciones temporales” (Randy Alcorn, El Cielo).

Dios puede transformar las cenizas en belleza, Él tiene el poder de hacer algo bueno de lo malo, si se lo permitimos. Así que, mientras llega el momento del reencuentro queremos honrar la vida de Paulita, su propósito y legado. Sin imaginarlo, unos años después de su partida al cielo, Dios nos permitió conocer el Ministerio Hope Family Care, del cual recibimos apoyo y ahora somos parte como líderes para Latinoamérica. Así que, las páginas de su historia se siguen escribiendo a través de nosotros, ella seguirá bendiciendo e inspirando a otras personas y familias sobre la tierra a restaurar la esperanza ante el quebranto por la pérdida de hijos y/o hermanos, a través de nuestro servicio. 

Un día también culminará nuestro peregrinaje e iremos a nuestro hogar en el cielo. ¡Ese será un momento glorioso! al cual ya no tememos, debido a nuestra certeza de salvación. Será nuestra graduación y el reencuentro con nuestra amada hijita.