Nuestra Historia de Esperanza- Familia Torres

En tiempos de cuarentena recuerdo haber leído el libro de la biblia de Josue y meditando, pensaba en todos esos personajes que se enfrentaron a grandes pruebas de Fe. Yo me preguntaba, ¿Cómo podría vivir sin que mi fe fuera probada en esta vida ?

Con una hermosa familia de tres, nos sentíamos incompletos, sobre todo por mi hija mayor, Hadassa, quien soñaba con tener alguien con quien jugar y quien nos pedía a gritos una hermana o hermano. Después de casi siete años de tener a Hadassa tomamos la decisión de buscar complementar nuestra pequeña, pero significativa familia.

Vivimos en Venezuela, y la mayoría de nuestra familia se encuentra fuera del país y durante la pandemia se nos arrugaba el corazón de ver a Hadassa crecer sola con sus abuelos y con nosotros, teniendo muchos juguetes pero no tener con quien compartir o pelear por ellos. Tengo un hermano menor y muchos primos, crecí acompañada de ellos y sabemos lo hermoso que es tener compañía y con quien jugar y crecer juntos.  Así que sentimos que era el momento.

Todo paso muy rápido y quedamos embarazados casi al mes de comenzar a buscar. Nos enteramos a los dos meses que el regalo de vida se formaba en mi vientre. Pasaron muchas cosas graciosas debido a que nos dijeron que su sexo era varón, ya tenia pensado su nombre seria Josue, pero después de un tiempo nos dieron la hermosa noticia de que era una niña. Todo marchaba muy bien y decidimos llamar a nuestra princesa Hannah, su nombre significa Gracia y la verdad solo pronunciarlo nos encantaba .

En la semana 22 de embarazo, durante la ecografía, el ginecólogo se alarmó por lo que vio. Yo estaba con la presión alta, cosa que era nueva para mi, y nos hablaron de algo llamado preeclampsia. La verdad, yo si había escuchado el termino, pero nunca pensé sobre lo terrible que era esta enfermedad para mi vida y para la de Hannah.

Así  comenzó nuestra temible prueba de fe. Entre muchas consultas médicas y muchos exámenes, los doctores intentaban lo posible por llevar el embarazo lo más lejos posible, pero mi vientre ya no era el lugar más seguro para mi niña. Ademas, también mi vida estaba en peligro, fue así como el día de cumplir la semana 34 se programó una cesárea y nuestra hermosa hija Hannah llegó a este mundo el 03 de abril del 2021 pesando un kilo setecientos gramos.

Recuerdo me la mostraron al estilo Simba (Rey Leon). Era hermosa pero no pude tenerla cerca de mi pues debían llevarla a cuidados intensivos donde me dijeron que estaría en observación, y yo debía también permanecer monitoreada por mi tensión. Pasaron muchos momentos donde mi tensión subía pero la verdad, el amor de una madre no ve los riesgos propios, sino que mi mente y mi corazón estaban divididos en dos partes con mis dos hijas.

Los días en el hospital fueron eternos y ahora lo agradezco. Recuerdo sentir que era injusto ver a mi bebe solo por 15 o 20 minutos al día, verla con muchos cables, verla luchando, y lo peor era tener que despedirme. Agradecía a Dios cada día de vida, pues era un regalo y nunca me queje.

Pasaron 21 días donde Hannah guerreaba, fue muy poderoso y hermoso ver a toda mi familia, amigos, iglesia, y hasta personas que no conocíamos, orar por ella. Teníamos a todo un ejército clamando y orando por ella, conocíamos el poder de la oración y lo que la fe podía llegar a hacer en nuestras vida, esa siempre fue mi oración, salir victoriosas del hospital.

Mi estado de salud debia mejorar, ya no podía quedarme en el hospital, debía cuidarme para Hannah. Recuerdo que el 24 de abril al subir a casa, esa tarde mientras esperaba en el auto a que mi papá comprara unas cosas, llamó mi atención un árbol, me transmitía algo que no podría describirles, era como que si en mi corazón ya sabía que algo cambiaría, ese día por la noche tuve un derrame y me tuvieron que trasladar de nuevo al hospital.

Cuando los médicos se dieron cuenta que tenía restos de placenta, no lo podían creer ya que era imposible yo estuviera así por 21 días sin presentar ningún síntoma de infección, me intervinieron de nuevo.

En ese momento cerré mis ojos, recuerdo orar mucho a Dios pidiendo que él cuidara de mis hijas y familia. Pensaba en Richard quien tenía que quedarse afuera del hospital todas las noches para estar al pendiente de cualquier cosa que necesitara nuestra hija, y ahora estaba yo de nuevo en peligro. Pedí a Dios fuertemente que fuera su voluntad y así fue como después de unas horas pude despertar. En medio de toda la situación, yo me sentía muy bien de estar de nuevo un poco más cerca de mi Hannah, fue para mi terrible cuando me dijeron que no podía visitarla y que mi reposo era ahora absoluto en casa. Luego de recuperarme, fui de nuevo a casa con los brazos vacíos.

Pasaron solo 10 días donde recibí el peor mensaje de mi esposo. El me pidió que por favor orara por Hannah, porque ella tuvo un paro respiratorio. Mi hija Hadassa me ayudó y juntas nos arrodillamos y oramos por un milagro del Señor, que sople aliento de vida en sus pulmones, y después de varios intentos los médicos no pudieron hacer nada más.

Cuando llegué al hospital aquel 8 de mayo, Richard estaba destrozado y yo aun no entendía. Me mantuve serena y fuerte para él, para mi madre, y para Hadassa quien estaba abajo esperando con mi papá, ansiosa por llevarse a su hermanita a casa. Fue muy doloroso decirle que eso no sería posible y que ahora Hannah estaba sin más dolor, sin más cables, sin más medicamentos y que nosotras nos despedimos sin saber que ese 24 no volveríamos a vernos. No pude pasar a verla ya sin vida, cuando pasamos por eso nos pidieron tomar decisiones tan difíciles y en un tiempo tan corto que yo sentí en mi corazón que no debía despedirme y así lo hice.

Venían las cosas más duras que un padre y una madre pueden pasar, tener que enterrar su cuerpo. Al día siguiente, que era por cierto un día de las madres, recuerdo repetirle a mi madre mientras me sostenía en el cementerio decirle, ¡Ella no estaba allí, ella ya no estaba allí!

Todo fue muy rápido y el estar en casa era muy confuso, teníamos cajas por abrir de muchas cosas tan hermosas solo para ella que nuestra familia había enviado. Teníamos todo su ropa, sus pañales, todo lo que necesitaba, pero no la teníamos a ella.

En nuestros pocos minutos juntas le decía  que se esforzara y fuera muy valiente, que no temiera, ni desmayará por que Dios estaba con ella y ahora era yo la que debía ser fuerte y ser valiente. Un día cuando decidí volver a orar pedí a Dios me mostrara que quería que yo hiciera con tan grande dolor y con tanto vacío. No solo habíamos enterrado a nuestra hija sino, todos nuestros sueños de verla crecer .

Nuestra vida puede ser corta y la de Hannah había sido corta, como una gota en el océano, pero con tanto significado para nuestra familia y para mi.

Todos la amaban, todos habían orado, ayunado y todos teníamos fe.

¿Estaba Dios fallando?, ¿Estaba Dios olvidando todo lo que le clamamos?

Muchas personas de diferentes países poniéndonos de acuerdo en orar. Fue así como orando sentí indescriptiblemente su amor, rodear mi corazón y pude saber que ella sí había salido en victoria. Ella estaba ahora sana, como tanto pedimos, que ahora era más feliz, que yo ni siquiera podía imaginar su gozo, que Dios sí respondió nuestras oraciones y que El siempre esta.

Fue así como en nuestro proceso de duelo conseguimos el propósito de la vida de nuestra amada Hannah mediante el ministerio de Hope Family Care, Dios nos mostró con algunos versículos bíblicos, historias, y testimonios de familias que pasan por lo mismo que nosotros.

No podemos decirles que el dolor acabará mientras estamos aquí o que tenemos las respuestas a tantas preguntas, pero ahora podemos comprender su dolor y acompañarlos en este camino con la certeza de que el Señor está cerca de los quebrantados de corazón y los de espíritu abatido.

Aunque mis brazos sintieron un vacío enorme de no poder nunca cargar, amamantar, y abrazar a mi valiente Hannah, hoy tengo los brazos cargados de la más grande esperanza que me dio Jesús al regalarme la eternidad en donde esa gota de agua en comparación con el océano de la eternidad ni aún los años de Matusalén podrán llenar ni una copa y donde se que mi familia estará completa.

Nuestra Historia de Esperanza- Familia Estrella-Bravo

En el año 2013 estaba embarazada de mi segundo hijo. A las 16 semanas durante la cita médica, en el momento de la ecografía el medico nos dijo, hay algo malo aquí, mi corazón se paralizo por un segundo y continuo. Él bebe tiene un problema grave que se conoce como Hidropsis fetal una patología que produce edema generalizado, múltiples malformaciones, en su mayoría incompatibles con la vida.

Finalmente, el medico continuo, tenemos que hacerle un legrado (aborto) porque está en riesgo su vida. En mi interior pensaba como; ¿un legrado? Como puedo hacer eso si mi hijo está vivo, ya que durante la ecografía podíamos escuchar el sonido de su corazón. Nuestro mundo como familia se vino abajo. Hubo mucha angustia, desesperación, preguntas sin respuestas y mucho temor. Empezamos a pedir otras opiniones medicas con la finalidad de encontrar un camino diferente, sin embargo, lamentablemente las siguientes consultas médicas confirmaron el diagnóstico y pronóstico de mi embarazo. En medio de este desierto empezamos a clamar y pedirle a Dios que nos ayude y que salve a nuestro hijo.

A la semana siguiente una nueva ecografía revelo que él bebe tenía derrame pleural, afectación renal e insuficiencia cardiaca congestiva, no podía creer lo que estaba escuchando, ya que en mi corazón había la esperanza de un milagro. Mi siguiente petición a Dios era que nos muestre el camino, ya que la sabia que mi bebe estaba vivo en mi vientre.

Unos días después, empecé con contracciones uterinas y entre en labor de parto. En ese momento no entendí, pero no era algo que podía controlar, así que entramos a quirófano a esperar que el bebe nazca. El medico me dijo que él bebe no sobreviviría porque es muy pequeño para nacer. Durante todo el tiempo en ese lugar, tomada de la mano de mi esposo llorábamos y clamábamos a nuestro Dios. Adoramos juntos pidiéndole a Dios que nos ayude en este momento tan doloroso.  Luego de 7 horas de contracciones, sentí que ya no podía más, era tanto el dolor físico como el dolor emocional de no saber que esperar, que íbamos a ver que saldría de dentro de mí que sentía desfallecer.  Cada contracción dolía profundamente, finalmente en la última contracción fuerte sentí que mi bebe salió, yo estaba aterrorizada porque lo único que venia a mi mente era que tenía dentro de mi algo diferente a un bebe, luego de tantos comentarios médicos. Entro el medico escuchando los gritos y tomo al bebe en su mano, no podía creer lo que veían mis ojos. Era un precioso bebe, totalmente formado y perfecto. No pudimos tomarlo en nuestros brazos, y el medico dijo: era varón. Enseguida se llevaron a mi hijo para pruebas que finalmente no permitimos que les realicen, solo queríamos que le dejen en paz y no toquen su cuerpito. 30 minutos mas tarde me tuvieron que llevar a quirófano porque había perdido mucha sangre y estaba en riesgo mi vida.

Recuerdo que dos días después volví al trabajo como si nada hubiera pasado, solamente pasé la hoja y continue. Intentaba no volver a pensar en eso. Muchas veces mi hija mayor que para esa temporada tenia 3 añitos me preguntaba por su hermano y cada vez que lo hacia algo quemaba dentro de mi, pero no le prestaba atención a ese sentimiento.

8 años después a mediados del 2021 tuve un sueño donde Dios me llevo a un lugar y me dijo tienes que volver ahí porque hay algo que no has sanado, y era la perdida de mi hijo. Al inicio estaba negada a hacerlo porque no quería recordar, sentía mucho dolor, resentimiento y culpa por cosas que había creído en todo el proceso. Semanas después a través de una amiga, en redes sociales llegue al Ministerio Hope Family Care - Esperanza Inquebrantable Grupo de Apoyo para padres, cuando leí cuál era su misión estaba impactada porque Dios me había hablado de eso recientemente y tome la decisión de inscribirme, enseguida le comenté a mi esposo y le pedí que me acompañe a hacerlo y acepto.

Realmente entendí que la voluntad de Dios siempre fue sanar mis heridas y uso este ministerio para traer sanidad, paz y propósito a través de la muerte de mi hijo. Durante el proceso del curso, hubo muchas cosas que marcaron un cambio en mi vida, en primer lugar, le di un lugar a mi hijo en la familia, mi precioso Ángel Daniel. Cuando me preguntaban cuántos hijos tienes decía 3, 2 en la Tierra y un precioso ángel en el cielo. En ese tiempo por primera vez experimente la ausencia de mi hijo en casa, pero cuando eso paso, Dios con un amor inigualable me iba sanando y llenándome de esperanza. Algo que impacto mi vida fue que Dios sano la culpa de no haber abrazado a mi hijo cuando lo tenía cerca. Un día mientras bañaba a mi hija pequeña, Dios me permitió ver el rostro de mi hijo por un segundo y con un susurro escuche, ahí esta tu hijo, puedes abrazarle ahora. Le tome fuerte entre mis brazos y le dije cuanto le amaba, que me perdone y que espero con ansias el momento de volvernos a ver, fue un momento único, especial y que marco algo tan importante en mi vida, ya que, a través de este, Dios me dio lo que tanto había anhelado y eso quito la culpa y me dio Libertad.

Han sido años de que nuestro hijo no está con nosotros, pero tiene un lugar en nuestra familia, siempre lo tenemos presente y sabemos que un día nos volveremos a ver 💕.

Ahora somos parte de los lideres de este ministerio y ha sido de tanta bendición ser testigos de como Dios, como un buen papa esta listo para traer libertad y sanidad en la vida de tantas personas.

Nuestra Historia de Esperanza- Familia Perez

En noviembre de 2013, vino a nuestra familia una dura tempestad llamada: cáncer infantil. Nuestra hijita mayor: Paula Daniela, fue diagnosticada a sus 11 años con un tumor cerebral, esto fue para nosotros una noticia devastadora. En un abrir y cerrar de ojos, nuestra vida cambió y de repente estábamos afrontando procedimientos y tratamientos médicos. 

Después de la cirugía de resección de tumor se alteraron en nuestra pequeña todas sus capacidades y funciones neurológicas, perdió el habla, su visión se afectó, no tenía sensibilidad, no podía caminar, alimentarse, ni controlar sus esfínteres. Verla así era profundamente doloroso, confuso y frustrante.

El tratamiento no daba espera, inició sesiones de radioterapia, quimioterapia y rehabilitación neurológica, en otra ciudad, ya que en donde vivíamos no estaban disponibles estos servicios médicos. Por tanto, tuvimos que separarnos como familia, haciendo más difícil para todos el proceso. Paulita y yo tuvimos que ir a Bogotá y mi esposo, tuvo que hacerse cargo de nuestro otro hijito César David en Tunja. Solo podíamos vernos los fines de semana o por video llamadas. 

Desde su diagnóstico, nos aferramos al anhelo de ver un milagro en su vida. No solo nosotros lo creíamos, sino también toda una comunidad de fe, familiares y amigos; todos clamábamos en este mismo sentir con la ilusión que Paulita sanara. En la dura travesía de su enfermedad, experimentamos la ocurrencia de algunos hechos milagrosos, que fueron ese rayito de luz en medio de la densa oscuridad. 

Entre esos episodios extraordinarios podemos contar que Paulita vio ángeles que la cuidaban; que la torcedura en su tallo cerebral fue enderezada a pesar que los médicos decían que era irreversible; que no fue necesario la realización de gastrostomía porque oramos para que ella empezara a deglutir los alimentos; que un día al término de la acostumbrada oración familiar, escuchamos una vocecita suave y temblorosa que también pronunció: “amén”, en ese momento recuperó el habla. Poco a poco, regresó su sensibilidad y motricidad; también volvió a sonreír, abrazar, comer y casi vuelve a caminar. Todo esto fue grandioso y alegró nuestros melancólicos días.

De pronto todo dio un giro inesperado; y empezamos a ver nuevamente un deterioro en su estado de salud; hasta que una madrugada tuvimos que salir apresuradamente y nuevamente Paulita fue internada en la Unidad de Cuidados Intensivos. Días después los médicos nos informaron que la horrenda enfermedad había regresado, invadiendo otras partes de su cuerpo.  Ya no había un tratamiento curativo por intentar. ¡Esa noticia rompió nuestro corazón en mil pedazos!

En medio de ese conflicto emocional y espiritual, empezamos a preguntar a Dios, si se acercaba el momento de despedirnos de nuestra amada hija y él nos dirigió al siguiente pasaje bíblico: “La gente buena se muere... Parece que nadie entiende que Dios los está protegiendo del mal que vendrá. Pues los que andan por el camino de la justicia descansarán en paz cuando mueran.” (Isaías 57:1-2). Sinceramente esa respuesta no nos agradó, pero Dios estaba anticipando, que su tiempo de morir estaba pronto. Ante los ojos del creador, nuestra pequeña, era una buena niña que había andado por un camino de justicia. Precisamente como lo traduce su nombre, Paula Daniela significa: Pequeña Justicia de Dios. Ella iría al cielo, para ser protegida, descansar en paz y ser libre de esa enfermedad.

Así que, insistimos en que dejaran ingresar a la UCI a nuestro hijito, César David, y tras varias negativas, el personal médico aceptó, a pesar de no estar permitido en los protocolos. Sin saberlo, el 20 de noviembre de 2014, sería nuestra última reunión familiar; ese día estuvimos llorando, orando y adorando a Dios en familia. Cerca del mediodía, salimos para almorzar, pero tan pronto nuestro hijito, cruzó la puerta de la habitación, los equipos y monitores a los cuales estaba conectada Paulita empezaron a alertar la disminución de sus signos vitales. 

Cuando ya nos encontrábamos fuera del hospital, los médicos nos llamaron con urgencia, para que regresáramos. Dejamos rápidamente a Cesítar a cargo de unos tíos e inmediatamente volvimos al hospital, cuando entramos nuevamente al cuarto, observamos que la frecuencia cardiaca y respiratoria, iba en rápido descenso. Así que mi esposo y yo nos aferramos fuertemente a nuestra pequeña y la abrazamos hasta su último aliento. 

Aunque su cuerpo se deterioró, producto de la enfermedad, su alma y espíritu permanecieron dentro de su ser, esperando aquel último momento de reunión familiar. Paulita necesitaba sentir a su amado hermano. Solo hasta entonces, ella partió a su hogar en el cielo. Para nosotros fue el día más triste, pero ciertamente, para ella, fue el más glorioso, al conocer cara a cara a Jesús, a su amado, a su hermano (como ella le decía). 

Cada día de nuestra vida ya está determinado y registrado en el libro de Dios. Eclesiastés 3:1-2 dice: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer, y un tiempo para morir”. Fueron 12 años, 1 mes y 8 días, los registrados para que Paula Daniela viviera en esta tierra. 

Tuvimos el privilegio de disfrutar de su presencia, de verla crecer física y espiritualmente. Dios nos regaló una hija talentosa, con habilidades extraordinarias para expresarse y hablar sin temor alguno. Inteligente, creativa, amante del dibujo y la escritura. Hermosa por dentro y por fuera, siempre atenta de su aspecto. Servidora de Jesús, apasionada le cantaba alabanzas y predicó a otros niños de su amor. Su vida irradiaba la presencia de Dios y aún en la adversidad, su tenacidad y valentía fueron de inspiración, dejando huella en el corazón de grandes y pequeños.

Para nosotros, la enfermedad y muerte de Paula Daniela, fue una dura prueba de fe. Durante las semanas, meses y años siguientes a su partida sentimos rabia, enojo, tristeza, desolación, frustración y amargura. En medio de nuestra aflicción cuestionamos a Dios, nuestra fe y convicciones cristianas. Consideramos alejarnos de él, pero él nunca se alejó de nosotros y fuertemente nos sostenía con sus cuerdas de amor en la travesía por el oscuro valle de muerte y de dolor.

Job 14:7-9 dice: “Porque si el árbol fuere cortado, aún queda de él esperanza; retoñará aún, y sus renuevos no faltarán. Si se envejeciere en la tierra su raíz, y su tronco fuere muerto en el polvo, al percibir el agua reverdecerá, y hará copa como planta nueva”.  

Nosotros nos sentimos como ese árbol cortado, nos era difícil pensar que después de la dura pérdida, volviéramos a reverdecer. Nuestra familia tiene cicatrices, cada uno de nosotros tiene marcas que testifican de la dura poda, pero también, somos sobrevivientes de ella porque nuestras raíces nunca murieron. Permanecimos en Jesús y al sentir nuevamente el agua de vida, esos árboles cortados llamados: César, Ruby y César David están volviendo a reverdecer, nuevos vástagos están brotando.

Progresivamente fuimos restaurando la esperanza que habíamos perdido. La frustración por la ausencia de Paulita ha sido sustituida por la ilusión de verla nuevamente y compartir juntos por eternidad. A nuestra historia le falta el mejor capítulo, el cual, ya fue escrito por Dios, aun cuando no lo conocemos en su totalidad, podemos vislumbrarlo por las promesas escritas en la biblia.  Esperanza es fijar la mirada en el futuro, creyendo que los tiempos serán redimidos y que lo porvenir, será mejor.  ¡El futuro con nuestros hijos, es infinitamente más grande que nuestro pasado con ellos!

“Anticipar el cielo no elimina el dolor, pero lo disminuye y lo pone en perspectiva. Meditar en el cielo es un analgésico fantástico. Nos recuerda que el sufrimiento y la muerte son condiciones temporales” (Randy Alcorn, El Cielo).

Dios puede transformar las cenizas en belleza, Él tiene el poder de hacer algo bueno de lo malo, si se lo permitimos. Así que, mientras llega el momento del reencuentro queremos honrar la vida de Paulita, su propósito y legado. Sin imaginarlo, unos años después de su partida al cielo, Dios nos permitió conocer el Ministerio Hope Family Care, del cual recibimos apoyo y ahora somos parte como líderes para Latinoamérica. Así que, las páginas de su historia se siguen escribiendo a través de nosotros, ella seguirá bendiciendo e inspirando a otras personas y familias sobre la tierra a restaurar la esperanza ante el quebranto por la pérdida de hijos y/o hermanos, a través de nuestro servicio. 

Un día también culminará nuestro peregrinaje e iremos a nuestro hogar en el cielo. ¡Ese será un momento glorioso! al cual ya no tememos, debido a nuestra certeza de salvación. Será nuestra graduación y el reencuentro con nuestra amada hijita.

Nuestra Historia de Esperanza- Familia Halferty (Rowen)

“JESÚS, mi Verdadera Esperanza en medio de mi mayor tragedia...”

Esperanza es una palabra que nunca pensamos que podríamos volver a decir después de perder a nuestro hijo de 2 años y medio.

Rowen nació el 20 de noviembre de 2018, él fue nuestro primer hijo. Mientras vivíamos y trabajábamos como misioneros en Papúa nos enteramos de que estaba embarazada y estábamos muy emocionados. Decidimos volver a casa para tener a nuestro pequeño rodeado de nuestra familia. Estábamos tan felices de ser padres, y aunque nunca tuvimos la oportunidad de volver a Papúa porque Rowen tuvo convulsiones después de un parto traumático, pero nos estábamos tranquilos de que Dios nos moviera por un camino diferente.

Rowen se convirtió en un niño hermoso y sano al que le encantaban los camiones, y especialmente le gustaba ayudar a papá a "construir" cosas. Todo el mundo adoraba su pelo rubio rizado y sus grandes ojos azules, y su risa  contagiosa. Nuestra pequeña familia era perfecta, y crecía cuando me enteré de que estaba esperando a su hermanito, al que Rowen llamaba cariñosamente "Bobby" (estoy segura de que lo llamo así por su dibujo animado favorito, "Bob el Constructor"). Incluso iba a cumplir años el mismo día que Rowen.

Un día Rowen se resfrió. Como era justo antes de Acción de Gracias, decidí llevarlo al médico. En la consulta parecía estar bien, así que nos mandaron a casa diciendo que tenía un pequeño resfriado y que se tomara un poco de Tylenol. Esa noche no quería comer mucho, así que le preparé su comida favorita de espaguetis y luego le di un baño y se quedó dormido en los brazos de Evan.

Me levanté en mitad de la noche para ver cómo estaba y parecía estar bien, acostado en su cama de niño grande a la que todavía no se había acostumbrado. Esa mañana, mientras Evan se levantaba para ir a trabajar, sintió que Dios le decía que fuera a ver cómo estaba Rowen. Lo encontró sin respirar... Rowen se había ido al cielo. Evan gritó mi nombre y yo me desperté de un profundo sueño sabiendo que algo iba terriblemente mal. Estábamos en estado de shock. Llamé al 911 mientras Evan intentaba la reanimación cardiopulmonar, pero ya era demasiado tarde. Los paramédicos aparecieron y vimos cómo llevaban su cuerpo sin vida a la ambulancia. El mundo se detuvo cuando gritaron "DOA" (Persona fallecida en camino) en nuestro patio delantero.

Al encontrarnos con los paramédicos en la sala de emergencias, nos confirmaron que no había nada más que pudieran hacer. Nos dejaron permanecer en el hospital durante horas mientras nuestra familia y  amigos entraban en Urgencias. La gente de nuestra iglesia se aglomeraba en los pasillos, hasta el punto de que tuvieron que trasladarlo a la capilla del piso superior.

Dejar el hospital fue una de las cosas más difíciles que tuvimos que hacer. Luché por sobrevivir sin él, y mi cuerpo me dolía físicamente sin él. Las tareas básicas, como comer y dormir, se volvieron muy difíciles. Estaba enfadada con Dios y no entendía por qué me quitaba a mi hermoso hijo.

La forma en que nuestra familia y amigos nos rodearon después de su muerte fue increíble. Nos ayudaron a planificar una celebración de la vida que incluso incluía un camión de bomberos de verdad, que nuestro pastor había aparcado fuera de la iglesia, que era uno de sus juguetes favoritos. Con cada pequeño detalle vimos cómo Dios seguía estando ahí, desde la elección del cementerio que "casualmente" se encargó un amigo, hasta que la gente pagó literalmente todo el funeral por nosotros, y nos proporcionó comidas durante meses después.

Al principio nos sentíamos muy solos, como si nadie entendiera la pérdida por la que habíamos pasado. Pero al asistir a un retiro con Hope Family Care encontramos a otras familias que habían perdido a un hijo y empezamos a darnos cuenta de que no estábamos solos en nuestro dolor. En medio de nuestra rabia y dolor, HFC nos recordó que sólo había una persona en el mundo que podía darnos ESPERANZA de nuevo, y ese era JESUS. Él es quien vino a darnos esperanza de que algún día volveremos a ver a Rowen en el cielo, donde volveremos a vivir nuestros días como una familia completa, es lo único que nos hace seguir adelante. Jesús nos recuerda en Isaías 43 que "hará algo nuevo" y mientras hemos estado en este viaje a través de la pérdida nos ha dado un corazón para llegar a otras familias que han perdido hijos. Sentimos que Dios está haciendo algo nuevo a través de la muerte de Rowen y nos muestra nuevas formas de ayudar a otros.

Bobby nació justo 5 meses después de que Rowen se fuera al cielo. Son muy parecidos en muchos aspectos y constantemente le hablamos de su Bubba. Nos da una alegría que nunca pensamos que volveríamos a tener.

Rowen vivió 919 días en esta tierra y aunque fue un tiempo demasiado corto, estamos muy agradecidos de haber sido sus padres.

Nuestra Historia de Esperanza- Familia Rollins (Zoe)

"¡Es la bebé, no respira!” La niñera gritó al teléfono. 

Llama al 911. Mi esposo está cerca, le llamaré, ¡no tardará en llegar! respondí rápidamente. 

Hasta ahí llegó mi conversación con nuestra dulce niñera. Mi corazón se hundió y empezó a latir con fuerza. Salí corriendo de mi despacho en el colegio y llamé a mi esposo mientras corría por el pasillo. "Tienes que ir a casa de la niñera, Zoe no respira, el 911 está en camino. ¡Date prisa!" 

Corrí a la oficina de la secundaría y le dije a la secretaria que Zoe no respiraba y que necesitaba que me llevara; sabía que no podía conducir. Envié un mensaje de texto a uno de nuestros grupos pequeños para que oraran, en cuanto me subí al coche; una amiga me respondió: "Jesús, respira en Zoe". Me aferré a eso mientras empezaba a orar en voz alta: "Jesús respira en ella, Jesús respira en ella". No podía parar, no podía llorar, apenas podía respirar. Seguí orando y le señalé el camino a nuestra secretaria mientras me llevaba. 

El tráfico parecía peor de lo normal para esa hora del día. Solo quería abrazar a mi niña. Miraba por la calle buscando las luces intermitentes de una ambulancia. Nada. Quería que mis oídos escuchen una sirena pero solo había silencio. Por fin me armé de valor y volví a enviar un mensaje de texto a Jeff. Le pregunté si debía ir a casa de la niñera o al hospital. Mi corazón se aceleró mientras temía la respuesta. Respondió: "Aquí". 

A medida que nos acercábamos, mis oraciones se hacían más fuertes, no sabía qué más hacer. Una parte de mí no podía llegar lo bastante rápido, pero otra no quería llegar; no sabía lo que me iba a encontrar. Eché un vistazo a la calle cuando giramos hacia la carretera donde estaba la casa de las niñeras, a pocas calles de nuestra casa. Vi una ambulancia, vi coches, vi gente de pie afuera, vi a Jeff en la entrada.


Corrí y abracé a Jeff, que me abrazó. Se ha ido', susurró. 

'¡No! ¡Diles que la ayuden, diles que vayan a ayudarla!' grité. Me abrazó con más fuerza. 

Sabía que no podíamos hacer nada, estábamos indefensos. La noche nos había rodeado en la hermosa tarde del 7 de mayo.

Recuerdo que miré al otro lado de la calle, a la fila de gente que se congregaba y observaba la escena. Varias caras concretas se me quedaron grabadas. Estaban mirando... estaban mirando para ver si el Dios que profesábamos era lo suficientemente grande como para sacarnos de esta. Estaban observando para ver si corríamos o huíamos de nuestra fe en Jesús en un dolor como este. Fue en ese momento que Jeff y yo tomamos una de las decisiones más importantes que jamás haríamos: correr hacia Dios y dejar que Él nos llevará a través de esta pesadilla.

Después de hablar con el personal de emergencia y asegurarle a la niñera que no era su culpa, que todavía confiábamos en ella, y que sentíamos mucho que ella tuviera que experimentar esto, nos fuimos a casa. La casa parecía vacía, pero había recuerdos de Zoe por todas partes: biberones secándose en el tendedero, su columpio en el salón, trapos para doblar en el borde del sofá; todo estaba esperando a que volviera a casa con nosotros. Nuestros dos hijos mayores estaban en casa de los padres de Jeff, a la vuelta de la esquina. Su madre los había recogido antes de que yo llegara a casa de la niñera, y aún no sabían muy bien lo qué había pasado durante la siesta. Nos sentamos con dos de nuestros pastores y les pedimos consejo sobre qué y cómo debíamos decírselo; sabíamos que se les iba a romper el corazón. Nos aseguraron que no había palabras para algo así, pero que Dios nos daría las palabras para decirlo. Finalmente, llamamos a los padres de Jeff y esperamos nerviosos a que nuestros hijos llegarán a casa.

"¡Quiero jugar con Zoe!" fueron las primeras palabras de Jayden al entrar por la puerta; sus palabras nos atravesaron el corazón. Los sentamos con nosotros en el sofá y lentamente les explicamos que ella no iba a volver a casa. Jesús se la había llevado a estar con él en el Cielo durante su siesta de hoy; su habitación estaba preparada y su "misión", la que Dios tenía para su vida aquí en la tierra había terminado (o en muchos sentidos acababa de empezar). Lo único que pudimos hacer fue llorar juntos.

El día siguiente estuvo lleno de cosas duras: despertarnos para darnos cuenta de que su llanto ya no nos despertaría, seguir sacándome leche (ya que todavía la estaba amamantando), entrar en la habitación de Zoe por primera vez, mirar las fotos que le había hecho horas antes de que falleciera, y la lista podría seguir y seguir. Sin embargo, cada vez que tomaba la decisión de enfrentarme al dolor, salía fortalecida y más sana que antes.

Normalmente, intentamos evitar el dolor, es natural. Quizá por eso la mayoría de la gente dice que la primera etapa del duelo es la negación. No queremos sentir dolor porque a veces es desagradable y miserable. Yo no quería sentir el dolor de perder a Zoe, ninguno de nosotros quería. Lo pasé tan mal cuando la familia y los amigos querían "ayudarnos" guardando sus cosas, que no dejaba de pensar que alguien nos la traería a casa y volvería a necesitar todas esas cosas. Fue una pesadilla. Teníamos que seguir adelante con nuestra nueva realidad, que ahora llevaríamos el dolor de la pérdida con nosotros el resto de nuestras vidas. No podíamos evitarlo, sino que teníamos que caminar hacia el dolor.

El dolor es un indicador. Nos comunica que algo va mal. Esto es cierto tanto para el dolor emocional como para el dolor físico. Es un mensaje que nos hace reaccionar. Cuando tocamos una estufa caliente y sentimos dolor, nuestra primera reacción es apartarnos. El dolor emocional tiene el mismo efecto en nosotros, sin embargo debemos responder de forma diferente a este tipo de dolor; a veces debemos mantener la mano "en el fuego" y permitirnos experimentar el dolor emocional para estar más sanos. 

En lugar de retroceder ante el dolor emocional que sentíamos como resultado de la pérdida de Zoe, necesitábamos procesarlo y avanzar con él como una nueva realidad en nuestras vidas. Tuvimos que elegir caminar hacia el dolor porque al hacerlo podríamos atravesarlo y seguir viviendo nuestras vidas. Tuvimos que rechazar la culpa de seguir adelante y aceptar la verdad, que ella era INCLUSO más feliz en su nuevo hogar, y en los brazos del Padre que nos la dio en primer lugar. Estaba en el mejor lugar donde podía estar.

"Necesito ducharme, afeitarme y vestirme".  Jeff compartió conmigo la mañana siguiente. "Tengo miedo de lo que pasará si no lo hago". Era su forma de decir que no podemos permitirnos estancarnos. Como solía enseñar a mis alumnos como instructora de natación, cuando te sumerges en el agua, lo mejor que puedes hacer es empujar para salir del fondo. Estábamos en el fondo. Podíamos sentarnos allí y "morir" nosotros mismos, o podíamos empujar desde el fondo y confiar en que Dios nos llevaría de vuelta arriba, por nuestro bien, y por el bien de nuestros afligidos hijos. 

Era evidente que, a medida que avanzábamos en el dolor, sabíamos que no caminábamos solos. Sabíamos que estábamos siendo llevados adelante cada día por alguien que había caminado a través de este dolor antes. Él conocía bien el dolor de perder a un hijo. Sin Él, que caminaba con nosotros en el dolor e incluso nos llevaba algunos días, nunca habríamos sido capaces de caminar a través del dolor.

Hoy caminar hacia el dolor se ve diferente de lo que fue el año pasado, o el año anterior; el dolor no desaparece, pero sí cambia. La carga se hace más ligera y el Señor continúa trayendo Alegría a tu vida que equilibra el dolor. Honestamente, no queremos que el dolor desaparezca. El dolor nos recuerda el profundo, profundo amor que tenemos por nuestra preciosa Zoe.

Una de las muchas cosas que he aprendido al perder a Zoe es que la verdadera esperanza es mucho más fuerte que nuestras peores circunstancias. Como madre, uno de los mayores miedos que tenía era perder a uno de mis hijos. Ahora vivo esa realidad, pero con esperanza. Puedo vivir con esperanza porque sé que algún día volveré a ver y abrazar a mi preciosa niña en el cielo. Debido a esta esperanza, he sido capaz de comprometerme a caminar hacia el dolor, y avanzar más saludable que antes.

Caminaré hacia el dolor, y caminaré A TRAVÉS del dolor, pero no viviré en el dolor.

Una vez, alguien nos dijo que perder a un hijo es un regalo terrible. En el momento, eso fue muy difícil de entender y aun más difícil de aceptar. Simplemente era terrible. Sin embargo, mientras que Dios nos ha traído otras familias en duelo, hemos tenido con ellos una conexión indescriptible. Nos hemos dado cuenta que esa conexión profunda es nuestro terrible regalo.

Dios ha usado la muerte de Zoe en nuestras vidas como una manera de dejarnos caminar con otros a través del dolor de perder a sus hijos. Es un viaje que comienza con la muerte, pero puede traer esperanza y sanidad en medio de la pérdida.

En julio de 2017, dimos la bienvenida a una nueva niña preciosa en nuestra familia; Nora Jane Rollins. Su nombre significa Regalo de Luz de Dios; y ella es cada pedacito de eso para nuestra familia.

La historia de Jeff & Mackenzie grabada por WoodsEdge Community Church mientras que ellos servían como misioneros en Ecuador del 2014 - 2017. (Grabada en inglés.)